lunes, 14 de enero de 2013

Un cambio



No podemos llamar democracia a algo que hace primar el interés de una minoría sobre el de la mayoría y que además lo hace mintiendo, perjurando que todas las medidas se toman por el bien común cuando en esencia, cada decisión va encaminada a la subsistencia del estatus de aquellos que tienen el poder.




Ampararse en una legalidad que se aleja cada vez más de la legitimidad para justificar y propulsar cada desmán no tiene nada que ver con la democracia, es una cleptocracia.  Llegar al poder incumpliendo todas y cada una de las promesas que te dieron la confianza de los ciudadanos  no es ganar unas elecciones, es dar un golpe de estado. Pretender vaciar el ejercicio del gobierno de ideales para llenarlo de falso pragmatismo en nombre de una deuda no es hacer política, es hacer banca.

Y es que el gobernante deja de ser gobernante y pasa a convertirse en empresario cuando hace primar los intereses económicos por encima de los sociales, amparándose en que los segundos dependen de los primeros, cuando debería ser justo al revés. Ese es el camino que hay que seguir: primero lo social y luego lo económico, que lo segundo dependa estrechamente de lo primero y no viceversa, que cada político, cada empresario, cada banquero y cada trabajador entienda que sin la educación, sin la sanidad, sin la cultura y sin una justicia total y absolutamente igualitaria no hay economía sostenible, ni país que merezca la pena salvar. Los ciudadanos (y votantes) que aún no hayan interiorizado la necesidad de ese cambio de concepción son cómplices de toda desigualdad a la que tengan que enfrentarse.

Estamos sufriendo hoy las consecuencias de unos recortes atroces, pero ¿nos hemos parado a pensar hacia donde nos lleva rescatar este país? ¿Es conveniente salvar algo que está podrido? Una vez superada la crisis, ¿cuánto tiempo tardaríamos en volver a caer en una espiral de desigualdades y corruptelas idéntica a la que vivimos hoy?  

Es primordial salir de la crisis económica, es cierto, pero no podemos obviar que aquí no sólo ha fracasado la política, la banca o la empresa, también hemos fracasado nosotros, los ciudadanos. Debemos cambiar nuestra forma de entender la política y la economía, si, pero también necesitamos entender que no somos únicamente votantes, que somos ciudadanos y que tenemos que cambiar nuestra forma de ejercer la ciudadanía. O ejercerla a secas, tal vez con eso baste.

Se acabaron los tiempos del falso optimismo, de las peticiones de paciencia y de mirar para otro lado, ya no es hora de Transiciones, de reformas o de rescates. Necesitamos un cambio, y lo necesitamos ya.